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Lloverá siempre - Analía Sandleris

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Hasta el domingo 21 de octubre, Museo Nacional de Artes Visuales, sala 5. Curaduría, María E Yuguero.

por Thiago Rocca

Aunque no es la primera vez que Analía Sandleris (Montevideo, 1958) recurre a un formato de considerables dimensiones, llama la atención el gran salto de escala. La artista solía deleitarnos con detalles mínimos en cuadritos intimistas, a menudo relacionados con su propio pasado: obras semiabstractas en clave vivencial, interior. Se trataba, en todo caso, de una microobservación de sí misma, de los estados anímicos en relación con su pasado afectivo. Cada línea, cada mancha, cada recorte de fotografía, ocupaba entonces un lugar milimétricamente ajustado en la composición. Ahora, en cambio, sin perder aquello de los estados del alma –“El arte es ante todo un estado del alma”, afirma Chagall, citado por la curadora de la muestra1–, se atreve con grandes superficies de más de dos metros de largo. Más grandes todavía si las consideramos como dípticos y trípticos que se expanden generosos en una paleta agrisada, de tonos marrones, rojos y sepias.
Las modificaciones de escala abren también la posibilidad de otras lecturas de índole urbana, en las que el estigma de la megalópolis con sus espacios anónimos y artificiales, con sus vacíos arquitectónicos, nos circunda y nos pierde. En todo caso, siguen vigentes las palabras que escribió Tatiana Oroño para una exposición de 2011: “Ni los desafíos del gran formato, ni la flexibilidad de sus transiciones a pequeña escala, ni el despliegue de su contundencia gestual, ni la composición pautada por registros rítmicos simultáneos capaces de evocar modelos musicales barrocos como el del contrapunto –en líneas, formas, color y tono–, ninguno de estos rotundos rangos constructivos puede diluir o desdibujar la atmósfera numinosa, con pulsaciones de irrealidad fantasmal, diría, creada por las obras de Analía Sandleris”.
Esa irrealidad fantasmal está subrayada ahora por la presencia de animales, insectos terribles, formas larvarias, tubulares, algún mamífero –¿un felino?– que poco importa identificar. Merodean, se estiran, se debaten en una soledad sin signos. ¿De qué nos “hablan” estas últimas pinturas de Sandleris? La artista se formó en el taller de Félix Bernasconi a la salida de la dictadura, tuvo un pasaje por dos de los talleres particulares más importantes de la época –el de Nelson Ramos y el de Guillermo Fernández– y obtuvo la beca Fulbright de técnicas de grabado con el profesor David Finkbeiner, en la Universidad de Nueva York. Todo ello explica el sobrado dominio técnico y el “medido descuido” a que somete sus creaciones, pero no la necesidad del salto de escala.
A partir del año 2009 Sandleris estudia jardinería. Hacia 2012 se asocia con la arquitecta Ximena Ayestarán para crear el estudio Paisajismo Uruguayo, con el que buscan un enfoque interdisciplinario entre arquitectura, arte y paisaje. Tomando en cuenta esta última etapa de su vida profesional, es notorio que estas pinturas connotan, extrapolando sus cuitas de siempre, los paisajes de la soledad y de la melancolía. En rigor, sólo 11 obras le bastan a Sandleris para arropar el espacio de la sala mayor del Mnav. Una pintura de gran poderío, cuyo impacto radica en la sugerencia de otros espacios –falsas perspectivas–, de otras formas de vida, de estados de ánimo difusos, como llovidos sobre la conciencia. La aparición de superficies del blanco lienzo sin cubrir nos brinda la sensación, más que de algo inacabado, de algo abisal, de estar frente a un vacío del que nada sabemos: “Hasta aquí llegué, no me es dado seguir”. Con un catálogo bilingüe (español-inglés) de buen diseño y textos contundentes, esta exposición promete posicionarse como una de las mejores individuales del año para los artistas en actividad, aunque falten todavía un par de meses para sancionar tal veredicto.